La historia de Siurana es bien larga i de lo más curiosa. El pueblo, tal y como lo conocemos actualmente, ha ido cambiando a lo largo de los años. Situado a lo alto de un acantilado muy prominente, encontramos este encantador pueblo donde las vistas son espectaculares, hasta te dejan sin respiración durante unos segundos.

El punto más elevado de la sierra donde se encuentra la villa, corresponde a la Sierra de la Gritella, al norte-norte-oeste de Siurana, con una altura de 1093 metros. Un macizo originado en el altiplano de Prades.

En esta zona también tiene lugar el inicio del río Siurana, que nace en el Clot de la Febró y desemboca en el majestuoso río Ebro. Aunque actualmente el caudal del agua es bastante bajo, desde la parte superior del pueblo vemos el agua azul-turquesa del pantano de Siurana, una imagen digna de fotografiar.

En esta aldea tan pequeña de cuatro casas situada a lo alto de un conglomerado rocoso, encontramos una iglesia románica, un castillo envejecido pero que aún se conserva su esencia y unas paredes rojas que lo rodean. Y si paramos bien la oreja, se puede escuchar un abanico bien amplio de historias y leyendas, como la de la reina Abdelàzia y la huella de su caballo. Esta historia, pero, la dejaremos para más adelante.

La primera población que existió se remonta a la prehistoria. El doctor Josep Massot i Palmés, y de casualidad, encontró una pila de piezas de sílex y algunas con forma de flecha que presentaban intencionados retoques manuales hechos por el hombre. Ese hallazgo le dio el empuje necesario para continuar explorando el territorio. Gracias a este estudio, se estableció que los materiales que se encontraron en el taller de sílex de Siurana procedían de las margas yesíferas oligocenas del Montsant y de la Sierra la Llena.

Más tarde, y no hace tanto, Siurana estuvo bajo las manos de los sarracenos y fijaos si fue importante, que fue el último reducto que quedó de la conquista sarracena. Fue la residencia del valí que gobernaba el territorio. Los castillos de Prades i de Escornalbou no era más que avanzadas de sus defensas. Fue el conde de Barcelona, Ramon Berenguer IV, que después de varios siglos intentándolo, se adentró hacia el Camp de Tarragona e inició la decisiva reconquista cristiana.

Texto y fotos: Àlida Guasch

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